lunes, 16 de diciembre de 2013

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CONTROL DE DAÑOS


Iba yo a llegar tarde. Mi esposa, Eleanor, y yo habíamos acordado vernos en el restaurante a las 7 de la noche, y ya eran las 7:30. Tenía una buena excusa: una reunión con un cliente se había alargado más de lo previsto, y había yo intentado llegar a la cena lo más rápidamente posible.

Una vez en el restaurante, me disculpé y le dije a mi esposa que no había sido mi intención llegar tarde.

—Nunca es tu intención llegar tarde —replicó enojada.

—Lo siento, fue inevitable —dije.

Le hablé de mi reunión con el cliente, pero hacer esto, en vez de calmarla, la enfureció más, y yo empecé a enojarme también.

Semanas después, le conté lo ocurrido a Ken Hardy, un amigo mío que es profesor de terapia familiar.

—Cometiste un error clásico —me dijo, sonriendo—. Estás atrapado en tu punto de vista. No tenías intención de llegar tarde, pero ése no es el punto. Lo que importa en este caso es el hecho indiscutible de que tu retraso afectó a Eleanor.

En otras palabras, me enfoqué en mi intención, y mi esposa lo hizo en las consecuencias. Habíamos tenido dos conversaciones diferentes. Al final, los dos nos sentimos incomprendidos, malinterpretados y molestos.

Cuanto más pensaba en las palabras de mi amigo Ken, más me daba cuenta de que esta batalla —entre intención y consecuencias— había sido la causa de muchas otras riñas entre Eleanor y yo. Comprendí que no es la intención, ni el acto en sí, lo que importa. La otra persona no puede experimentar lo que estás pensando ni tampoco lo que haces; lo que experimenta son las consecuencias de tu acción.

Si hiciste algo que molestó a otra persona —sin importar quién tiene la razón—, al conversar con ella lo primero que necesitas hacer es reconocer que tu acción la afectó. Deja la explicación sobre tus intenciones para después. Para mucho después —quizá nunca—, porque, a final de cuentas, tus intenciones no importan tanto.

¿Y si no te parece justificada la forma de sentir de la otra persona? No importa. Estás luchando por comprensión, no por un acuerdo.

Lo que debí decirle a Eleanor es esto: “Veo que estás enojada. Lamento haberte hecho esperar media hora. Y no es la primera vez. Es como si pensara que estar con un cliente me da derecho de llegar tarde. Eso sin duda es frustrante para ti”.

Lo que he descubierto es que, una vez que he expresado que comprendo las consecuencias de mis actos, mi necesidad de justificar mis intenciones se desvanece. La razón por la cual me siento obligado a explicar mis intenciones es reparar el daño a mi relación con Eleanor, pero ya he logrado eso al decirle que entiendo bien cómo se siente.

Después de hablar con mi esposa y entender realmente los efectos que mi retraso tuvo en su estado de ánimo, nuestra relación ha mejorado, y de alguna manera me las he arreglado para llegar puntualmente mucho más a menudo.

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